
A mi abuelo Jesús le dejaré un conejito de chocolate (lo guardé de la Mona de Pascua) y en cuanto él lo vea, sabrá que su nieta siempre recuerda las visitas que nos hacía rigurosamente cada martes y en las que no olvidaba traer una sorpresa envuelta en cacao para las pequeñas de la casa.
A mi abuelo Miguel le dejaré un pequeño torito de cartón. Aunque no lo conocí, tengo la certeza de que sabrá que pienso en él y que conozco algunos fragmentos de su vida, como el hecho de que le habría encantado ser torero y que, aunque sólo tuvo por muy poco tiempo un traje de luces, vivió durante una época en una casa grande entre toros y vacas y un manojo de niñas. Tal como me platican sus hijas, mis adoradas tías.
De mi tía Bacha pondré aquella foto tan bonita con la enorme sonrisa dibujada en su rostro, eternamente luminosa y alegre. Estoy segura de que esa luz sigue irradiando porque consigo verla cada vez que echo una ojeada al cielo.
A mi abuela Sara la pondré al centro, junto a esos hijos con los que ahora descansa muy bien acompañada: Sarita, Bacha, Miguel grande, Miguel chico y el pequeño Rubén.
De mi tío Virgilio pondré esa foto tan linda en la que festejaba con nosotros el cumpleaños XV de mi hermana. Le ofreceré una copa de vino, de aquel Rioja que me gusta tanto. Diremos salud y sonreiremos mientras su adorado perro Kaiser se acomoda junto a él, siempre fiel y afectuoso. Mi tío Héctor estará a su lado, en esa foto de hombre elegante y sonriente que le tomé hace muchos años en su casa. Se acordará de aquella entrañable tarde en la que apagó las velitas del pastel, rodeado de sus hermanas y sobrinos.
No me olvidaré de disponer un pequeño rinconcito, donde estarán persiguiéndose las colas y echando relajo mis adoradas mascotas, compañeras de la infancia y de la vida y que también son parte de mi familia: mis queridos Ronald, Higgins, Gala y Margot, los pelones xoloitzcuintles: el rosita Tecuán y la loca de Rut. Los gatos Azul y Tintán los estarán esperando, les harán señales desde la calle y les mostraran la casa donde compartieron su vida y su felino cariño conmigo.
Para mi querido amigo Luis dejaré una botella de tequila y un plato de mole. Como aquel que le preparé cuando vino a visitarme, después un largo periodo sin chile ni tortillas en Italia y que le hizo derramar lágrimas de emoción y agradecimiento. Ese sí que fue un bonito jamaicón.
Me los imagino a todos en el camino desde México a Barcelona. Tendrán tiempo de contarse historias y de compartir la nostalgia y la risa. Vendrán hambrientos así que dejaré para ellos una enorme coca de llardons, que seguro encontrarán exótica pero sabrosa. Y pensarán: ¿a quién se le ocurre hacer dulce el chicharrón? Pero al dar un pequeño trago al vino dulce de Moscatel se darán cuenta de que es una combinación exquisita.
Sé que el trayecto es largo, pero tengo la certeza de que todos ellos vendrán, de que encontrarán el camino y de que llegarán a tiempo, porque la llamada es poderosa y me nace directamente de la memoria y del corazón.
¡Bienvenidos a Barcelona!