sábado, 28 de diciembre de 2013

Postal de invierno


Luis, el vendedor de castañas.
Foto: Lola Zavala
La primera señal asalta a mi nariz al salir por la boca del metro de la Plaza de Sants. El aroma de los boniatos asados se deja sentir sin ninguna mesura. También el de las castañas, que son gallegas como Luis, el hombre que llega puntual a su cita cada temporada y se instala en la esquina de la plaza. Estará tres meses vendiendo esos suculentos manjares en honor a su tierra y a su hermana fallecida, quien en vida estaba al frente del negocio. Me lo contó con una sonrisa, a pesar de que el médico le diagnosticó una depresión.

Le conté que el boniato me recuerda a los camotes de mi infancia en México, donde también suelen venderse por las calles, aunque cada vez menos. ¡Cómo olvidar ese olor y el sonido tan particular que anuncia la llegada del vendedor de camotes!

Las siguientes señales son el frío y el viento que lo acompaña; el desmadre en el armario mientras me decido a hacer eso que en mi país no era necesario hacer: guardar la ropa de verano y sacar la de abrigo, decirle adiós a las chanclas y recuperar las botas y los calcetines gordos que escondí quién sabe dónde desde la primavera.

Más señales: las luces que iluminan las calles con motivos navideños; la gente vestida de colores oscuros que se pasea por la ciudad llena de árboles ya desnudos.

Y luego el montón de tronquitos sonrientes, de dos o cuatro patitas, con gorrito rojo (se llama barretina) que inundan las calles barcelonesas. La primera vez que los vi no sabía para qué servían. Ahora ya lo sé, ese tronquito tan simpático se llama “caga tió” o “tió de nadal” (tió quiere decir tronco y nadal, navidad) y es una especie de calendario de adviento catalán. A partir del día 8 de diciembre (día de la Inmaculada Concepción), se instala en las casas catalanas y para que no pase frío se cubre con una mantita. Los pequeños de la casa suelen alimentarlo cada día, de manera que la noche del 24 de diciembre, el tronquito cague los regalos. Más vale que coma bien para que obre abundantemente y si aun así no lo hace, los pequeños lo obligan a golpes de bastón. En épocas pasadas, no daba propiamente regalos para los niños, lo que defecaba eran almendras y turrones para acompañar la cena y lo último que echaba era un arenque salado, señal de que ya no le quedaba nada. La ceremonia va acompañada de cánticos como este:

Caga tió
ametlles i torró
no caguis arangades
que són massa salades 
caga torrons
que són més bons
Caga tió
ametlles i torró
si no vols cagar
et donaré un cop de bastó

Caga tronco
almendras y turrón
no cagues arenques
que son demasiado salados
caga turrones
que están más buenos
caga tronco
almendras y turrón
si no quieres cagar
te daré un golpe de bastón

Esta tradición me transporta a las posadas de mi infancia en las que esperaba ansiosa la hora de partir la piñata; que después de unos cuantos palazos se rompía para dejar caer la deseada lluvia de dulces y regalitos. Una ceremonia que acompañamos de cantos: ¡dale dale dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino!

También forma parte de la postal barcelonesa la Feria de Santa Lucía, que cada año se monta frente a la Catedral, con su venta de personajes para el belén (nacimiento). Ahí se pueden comprar desde reyes magos hasta labriegos, cabras y borregos. Sin faltar, por supuesto, María, José, el niño y un montón personajes curiosos: todos con el culito al aire. Sí, otra vez algo que tiene que ver con la caca. Un caganer  es una figura tradicional y fundamental del belén catalán. Como puede deducirse con extrema facilidad el caganer es una figura que está, como diríamos en México: “como el tigre de Santa Julia” o bien “haciendo del 2″ y concretamente y sin florituras: está cagando.
Tradicionalmente esta figura era la de un campesino ataviado con la indumentaria típica de la región (barretina y faja) y ahora se elabora también a imagen y semejanza de políticos, artistas, futbolistas y diversos personajes populares del momento. Cada año hay alguna novedad en el mercado, por ejemplo, hace dos años encontramos un caganer  de Felipe Calderón.
El caganer se sitúa en un lugar apartado del belén y tiene un significado orientado hacia la fertilidad de la tierra, lo que puede traducirse en un símbolo de prosperidad y de buena suerte para el año siguiente.
Y la huella, que también es señal de que el invierno ha llegado, es esa planta de hojas rojas y flores diminutas y amarillas que adorna calles y hogares. Sí, nuestra querida flor de Noche Buena, aquí llamada flor de Nadal o Poinsetia. Esa bella planta también es inmigrante. Viajó desde México y se instaló a sus anchas en muchas ciudades, incluso en Barcelona, para desearnos cada año una feliz navidad y un próspero año nuevo.
NocheBuena
Un deseo hecho flor y un precioso regalo de nuestra tierra para el mundo.

¡Felices fiestas a todos!

viernes, 8 de noviembre de 2013

¡Bienvenidos a Barcelona!

publicado en la revista mexbcn

El 31 de octubre, como cada año, sobre un colorido mantel y en el centro de la casa, recordaré con cariño a mis ancestros, a mis familiares y a mis amigos desaparecidos. Los acomodaré a todos juntitos, al calor de las velas y al olor del copal –la resina aromática que me traje de mi última visita a México y que atesoro como oro en paño para poder quemarla en estos días-. No me olvidaré de las flores de cempasúchil (aunque sean de papel) y pondré alegres calacas y calaveras que he creado, con todo cariño, para la ocasión. Sabré que han pasado por casa y sentiré su amorosa presencia, porque estoy segura de que vendrán a arroparme. Mañana es el día.

A mi tía Sarita le dejaré unos cuantos panellets, para que los conozca y los saboree, estoy convencida de que le van a gustar. Siempre le encantaron los dulces. Me la imagino sacando su cuaderno para escribir en él la receta que irá adivinando en cada bocado, confundirá el sabor del boniato y anotará camote, pero sabrá que esas semillitas tan ricas que decoran la bolita, son piñones.

A mi abuelo Jesús le dejaré un conejito de chocolate (lo guardé de la Mona de Pascua) y en cuanto él lo vea, sabrá que su nieta siempre recuerda las visitas que nos hacía rigurosamente cada martes y en las que no olvidaba traer una sorpresa envuelta en cacao para las pequeñas de la casa.

A mi abuelo Miguel le dejaré un pequeño torito de cartón. Aunque no lo conocí, tengo la certeza de que sabrá que pienso en él y que conozco algunos fragmentos de su vida, como el hecho de que le habría encantado ser torero y que, aunque sólo tuvo por muy poco tiempo un traje de luces, vivió durante una época en una casa grande entre toros y vacas y un manojo de niñas. Tal como me platican sus hijas, mis adoradas tías.


De mi tía Bacha pondré aquella foto tan bonita con la enorme sonrisa dibujada en su rostro, eternamente luminosa y alegre. Estoy segura de que esa luz sigue irradiando porque consigo verla cada vez que echo una ojeada al cielo.

De mi abuela Dolores pondré esa foto de principios de siglo en la que luce hermosísima con su boquita de piñón. No tuvimos el gusto de conocernos en vida, pero ella sabrá que aquí vive una nieta suya que lleva con orgullo su nombre.

A mi abuela Sara la pondré al centro, junto a esos hijos con los que ahora descansa muy bien acompañada: Sarita, Bacha, Miguel grande, Miguel chico y el pequeño Rubén.

De mi tío Virgilio pondré esa foto tan linda en la que festejaba con nosotros el cumpleaños XV de mi hermana. Le ofreceré una copa de vino, de aquel Rioja que me gusta tanto. Diremos salud y sonreiremos mientras su adorado perro Kaiser se acomoda junto a él, siempre fiel y afectuoso. Mi tío Héctor estará a su lado, en esa foto de hombre elegante y sonriente que le tomé hace muchos años en su casa. Se acordará de aquella entrañable tarde en la que apagó las velitas del pastel, rodeado de sus hermanas y sobrinos.

No me olvidaré de disponer un pequeño rinconcito, donde estarán persiguiéndose las colas y echando relajo mis adoradas mascotas, compañeras de la infancia y de la vida y que también son parte de mi familia: mis queridos Ronald, Higgins, Gala y Margot, los pelones xoloitzcuintles: el rosita Tecuán y la loca de Rut. Los gatos Azul y Tintán los estarán esperando, les harán señales desde la calle y les mostraran la casa donde compartieron su vida y su felino cariño conmigo.

Para mi querido amigo Luis dejaré una botella de tequila y un plato de mole. Como aquel que le preparé cuando vino a visitarme, después un largo periodo sin chile ni tortillas en Italia y que le hizo derramar lágrimas de emoción y agradecimiento. Ese sí que fue un bonito jamaicón.

Me los imagino a todos en el camino desde México a Barcelona. Tendrán tiempo de contarse historias y de compartir la nostalgia y la risa. Vendrán hambrientos así que dejaré para ellos una enorme coca de llardons, que seguro encontrarán exótica pero sabrosa. Y pensarán: ¿a quién se le ocurre hacer dulce el chicharrón? Pero al dar un pequeño trago al vino dulce de Moscatel se darán cuenta de que es una combinación exquisita.

Sé que el trayecto es largo, pero tengo la certeza de que todos ellos vendrán, de que encontrarán el camino y de que llegarán a tiempo, porque la llamada es poderosa y me nace directamente de la memoria y del corazón.

¡Bienvenidos a Barcelona!

domingo, 15 de septiembre de 2013

El grito que no fue


Aprovechando que estamos en septiembre, el mes de la patria, me puse a pensar en la historia que nos enseñan en la escuela. Esa de la que generalmente nos cuentan sólo una parte, y a veces muy deformada, de los acontecimientos históricos. No sólo delimitada por la propia geografía del país (es decir, contada exclusivamente de fronteras hacia adentro), sino también limitada a sólo unas cuantas verdades, eso sí, aderezadas con mitos y poblada de múltiples héroes, algunos auténticos, otros maquillados y algunos más, literalmente, sacados de la manga. A ciertos personajes históricos se les inventó no sólo la existencia sino también, los pasos que dieron; otros tantos fueron borrados de la historia, dejando en su lugar a seres fabricados exclusivamente para enaltecer y construir el fervor patrio, modificando a su conveniencia, momentos, trazos, pasos y hasta fechas. De algunos, sólo se conoce su supuesta, o no, heroicidad, pero sin saber cómo era realmente la persona, cómo fue su vida y sobre todo, sus circunstancias personales e históricas. Nos dibujan al personaje, nos fabrican un icono que nos hace claramente identificarlo, quererlo y, sobre todo, admirarlo. Algunos, con el tiempo, ya no se parecen ni siquiera físicamente a la persona que algún día fueron, como es el caso de José María Morelos y Pavón, al que pareciera que le han dado la misma fórmula que tomaba Michael Jackson, y observamos atónitos, el potente efecto blanqueador  en su cada vez más albo rostro.

Pero, ¿qué sucedía del otro lado del mar, cuando Don Miguel Hidalgo y Costilla llamaba a misa, se levantaba en armas y reclamaba sus derechos, mientras la virgen de Guadalupe le servía de estandarte? ¿Cuánto de la historia que nos han contado es verdad y cuánto de ella es mito? Hidalgo y compañía estaban molestos, y con razón, porque en la madre patria el rey que ahora gobernaba ya no era el rey de siempre, sino que era un rey francés.

2 de mayo, Goya
Napoleón Bonaparte había invadido España en 1808 (so pretexto de atravesar la península para conquistar Portugal) y conseguido, se supone que por la fuerza, nunca lo sabremos, que el rey Carlos IV (el famoso jinete del conocido caballito que ahora relincha frente al Palacio de Minería, en la Ciudad de México) abdicase a favor de su hijo Fernando de Borbón, el cual a su vez abdicó a favor del emperador francés. La corona, entonces, fue a dar a la cabeza del hermano de Napoleón, José Bonaparte, quien fue coronado como José I de España y conocido por los maledicentes españoles, incluidas las colonias, como Pepe Botella. El supuesto borrachín (muchas fuentes aseguran que no lo era), mandó a Madrid a su guardia de dragones franceses, comandada por su cuñado, el general Mounsieur Murat. Un 1 de mayo, de infausto recuerdo, hubo un levantamiento civil que acabó al día siguiente en fusilamientos masivos, magistralmente plasmados por Goya. (Bravo por Murat, haciendo amigos para José). Este hecho se considera el desencadenante de la guerra de independencia de España. Curioso, ¿no?

Fotograma de Curro Jiménez
Cuando yo empecé a indagar con mis amigos españoles sobre qué recuerdan que pasaba en España a principios del siglo XIX, todos en seguida contestaron que ese periodo es el de la guerra de Independencia, pero no hablaban de la independencia de las colonias americanas, sino de la propia. Hablaban precisamente de la guerra contra la invasión francesa, que los tuvo muy entretenidos y ocupaba toda su fuerza, sus recursos y sus no pocas preocupaciones. Si a ello vamos, el héroe televisivo de su infancia es Curro Jiménez, guerrillero patilludo y español, que trabuco en ristre, lucha contra las pérfidas fuerzas de ocupación francesa en la sierra Morena (sí, de aquélla sierra de donde baja el par de ojitos negros) capítulo tras capítulo.

La situación en la Península era de crisis y levantamientos muy diversos pues unos años antes también habían tenido enfrentamientos con los ingleses. Los recursos eran insuficientes, incluso los que venían procedentes de las colonias, que ya se mostraban inconformes pues se les estaba exigiendo mucho más para poder resistir la embestida napoleónica. Por un lado estaban los partidarios de Napoleón y todo su pensamiento revolucionario, procedente de la Ilustración (los afrancesados, favorables a la igualdad, fraternidad, libertad, el sistema internacional, Dios como una hipótesis no necesaria, etc.) y por otro, los que estaban en contra de la invasión francesa y a favor de la vuelta de Fernando VII (iglesia, monarquía, oscurantismo, analfabetismo y todo lo que caracterizó a España durante los siguientes dos siglos).

Del otro lado del charco, las noticias sobre la situación en la Península, obviamente, generaron preocupaciones, algunos planes ambiciosos del virrey y mucha confusión. En 1808, en la Nueva España, gobernaba el virrey José de Iturrigaray que, aprovechando el vacío de poder generado por la conquista napoleónica, vio una oportunidad excelente para incrementar su poder eliminando el “vi” de su título. Reunió al Real Acuerdo, con quienes decidió que debía mantenerse al frente del gobierno, pero ahora en representación de la soberanía popular. Con él estaba Francisco Primo de Verdad, quien iba aún más allá. Él propuso, junto con otros criollos, que debían separarse absolutamente de España, es decir, independizarse antes de que Francia saliera victoriosa y reclamara su derecho a gobernar en la Nueva España. (No olvidemos que el francés invasor era un tal Napoleón Bonaparte, emperador e invicto). Sin embargo, la Real Audiencia, conformada mayoritariamente por españoles peninsulares, rechazó semejante propuesta.

Así pues, el 15 de septiembre, ojo, de 1808, se dio una rebelión encabezada por Gabriel Yermo, un terrateniente español, quien con la Real Audiencia de su parte, apresó a Iturrigaray acusándolo de sublevarse contra la corona española. Primo de Verdad y algunos más, también fueron detenidos. Seguramente hubo muchos gritos ese 15 de septiembre, tanto de un lado como de otro. ¡La independencia se estaba urdiendo, nada más y nada menos, que encabezada por el propio Virrey español!

Tras el apresamiento de Iturrigaray, fue nombrado como nuevo virrey Pedro de Garibay, un viejito de más de ochenta años, decrépito y dócil (según las crónicas de la época), que era fácilmente manejable y, por tanto, útil para los intereses de los españoles en la Nueva España. El venerable anciano les duró solo ocho meses.

En la revolucionada Península, entre tanto, se cocían las Juntas de Cádiz, que dieron como resultado una constitución. La que acabó viendo la luz, bajo el bombardeo francés, el 19 de marzo de 1812 y es llamada cariñosa y coloquialmente “La Pepa” por haberse proclamado el mero día de San José.

Pero regresemos a la Nueva España. Tras el apresamiento de aquellos primeros insurgentes, diferentes facciones aparecen en todos los bandos; criollos descontentos, peninsulares que querían ser rey en lugar del rey, curas liberales aunque monárquicos y nobles preocupados por la pérdida de sus prebendas. Y en una esquina estarían los monárquicos peninsulares pro España. Era una esquinita rica y, en los años por venir, sería uno de los pilares financieros fundamentales de los insurgentes españoles. Sí, hemos dicho bien, insurgentes, no nos olvidemos de que la corona acariciaba legalmente la brillante calva del ilustrado y culto Pepe Botella.

En resumen, en España se estaban pegando con el ejército más poderoso de la época, mientras que en México, los peninsulares realistas, en lugar de recibir tropas enviaban dinero a nombre del rey niño, Fernando VII.
Entre tanto, los criollos seguían, en mayor o menor medida, su propia vía mexicana; unos querían la independencia y otros temían por la pérdida de sus títulos nobiliarios (nunca hay que olvidar que los derechos nobiliarios emanan directamente del derecho divino del rey a ser rey).

Volvamos a “El Grito”. Evidentemente Hidalgo, si a algo llamó, fue el domingo 16 de septiembre de 1810, por la mañana, a misa. No perdamos de vista que era cura, de formación jesuita, monárquico y hombre de su época, aunque liberal. Sea como sea, inició un movimiento armado que acabó, masacres de civiles incluidas, con su cabeza decorando la Alhóndiga de Granaditas menos de un año más tarde. Lo que nos sitúa en 1811.

Pasaron diez años y un pájaro por el mar (varios padres de la patria mediante; Allende, Aldama, Ortíz de Domínguez, Morelos, etc) y nos situamos en 1821. Llega a México un nuevo virrey, ya no le llamaban así, sino Jefe Político Superior de la provincia de Nueva España, con la misma autoridad y reconocimiento que el de Galicia, Madrid o Cataluña y con una nueva constitución bajo el brazo. Hablamos de nuestra querida Pepa, por fin instaurada tras la expulsión de José I y la vuelta de Fernando VII. Esa constitución, entre otras muchas cosas, reconoce los derechos y deberes, casi más propios del siglo XX, a todos los ciudadanos de España. Esto incluía a todos, indígenas, criollos, mulatos, peninsulares, etc. (desde el Pacífico hasta América, pasando por la Península) independientemente de su origen geográfico, su raza o su condición. Era una constitución muy moderna, tanto, que fue el modelo de la mayor parte de las constituciones de los países de América Latina que ganaron su independencia en los siguientes años. No por nada, el Zócalo de la Ciudad de México, fue denominado como Plaza de la Constitución de Cádiz. Sin embargo, el reconocimiento de la igualdad entre sexos no llegaría en España hasta la primera república. (Y eso que se llamaba Pepa).

O sea, tenemos en México a un virrey que no es virrey, Juan O’ Donojú. A un gobernador militar encargado de acabar con la insurgencia, Agustín de Iturbide. Y a una docena de jefes insurgentes independentistas que llevaban en guerra más de diez años dispersos por la orografía de la futura nación (nación cuyo territorio iba a comprender, durante unos años, todo lo que había desde la mitad de Estados Unidos hasta Panamá).

A los realistas no les gustaba La Pepa, pues sometía el poder del rey al parlamento. Y a los criollos y nobles tampoco les gustaba, pues igualaba sus derechos a los de cualquier hijo de vecino, llámense indígenas, esclavos negros no bautizados, etc. Si todos estaban en contra de La Pepa, porqué no darse un abrazo y declararse independientes de ese país que no sabía que hay clases.

Bandera del Ejército Trigarante
Total, que después del famoso abrazo de Acatempan, que se dieron amorosamente Vicente Guerrero (jefe de las fuerzas insurgentes) y Agustín de Iturbide (supuesto azote de insurgentes) y de la firma del Plan de Iguala, entró el Ejército Trigarante a la capital (16 mil soldados que garantizaban la religión católica como única, la independencia de México de España y la unión entre ejércitos enemigos).




La independencia, finalmente, se firmó el 27 de septiembre de 1821 y posteriormente se declaró el imperio mexicano como estado independiente, coronando a Iturbide como Alfonso I de México.

Y así estamos. Celebrando la independencia con un grito que no fue, en una fecha que no toca (diversas fuentes indican que la costumbre del grito proviene de la celebración del besamanos de Porfirio Díaz, que cumplía años también un 15 de septiembre) y la libertad de un país en el que, aún hoy en día, no se disfruta de la igualdad entre todos sus ciudadanos.

O sea, que este septiembre y por culpa de este artículo descubrí varias cosas: que el león no es como lo pintan, ni todo lo que brilla es oro. No todos los insurgentes son padres de mi patria, ni todos los realistas eran conquistadores españoles, como tampoco todos los héroes lucharon por aquello tan bonito que nos contaron en la escuela .

jueves, 20 de junio de 2013

La magia de la música

por Lola Zavala

La música es memoria, es identidad, es alegría, es melancolía, es protesta. Es un fabuloso medio de transporte hacia otras épocas, a otros cuerpos, a otros mundos. Es fusión y es diversión. La música nos lleva de la mano, a veces con suavidad como una caricia, a veces con violencia e incluso con dolor, a aquellos lugares que habitamos en nuestro pasado. Nos lleva, por ejemplo, al sitio en el que nos enamoramos por primera vez, nos recuerda el primer beso o alguno muy importante. Bien dicen por ahí que al primer amor se le quiere más, pero a los siguientes se les quiere mejor. Una nota conocida nos puede trasladar, sin escalas y sin mayor trámite, al momento más hermoso que hayamos tenido en la vida. Nos acompaña cuando sufrimos, también nos desahoga y nos permite sacudirle al cuerpo las penas. Podemos bailar con su ritmo cadencioso, brincar con locura si es una música muy prendida, practicar el baile de cachetito para las calmaditas o ya entrados en confianza, con la divertida técnica del cartoncito de cerveza (hasta ahí no más, que eso del reguetón ya no entra en la categoría de música, lo digo por eso, no por moralina, que conste). Podemos bailar acompañados, ya sea de propios o de extraños y también en la soledad de una tarde que, con toda certeza, dejará de ser gris en cuanto la música inunde nuestros oídos.

Podemos hasta sentir que pisamos la alfombra roja de un castillo, en una fiesta de máscaras, bailando un vals. El mismo vals que de pronto nos hará  recordar aquélla época en la que teníamos quince años. En la que no faltaban las invitaciones a la celebración de tan importante acontecimiento. Aquél en el que la quinceañera se vestía de calabaza (¿o era de princesa?) y los cadetes del colegio militar acudían solícitos, bañados, bien vestidos y peinados para hacer de chambelanes. Recordamos todas esas fiestas llenas de hielo seco y pasteles gigantes con harto merengue, en las que el orgulloso padre ofrecía un sentido discurso, pues su nena ya era cancha oficial. Nos viene también a la memoria el momento en que se acababa el vals y se daba paso a la música "moderna" que le permitía soltarse el pelo, arrancarse aquél pomposo vestido y seguir bailando, ahora con bastante menos ropa y con una desenvoltura tal, que ruborizaba primero a la abuela y después a toda la concurrencia. Todos esos recuerdos se han plantado aquí y ahora, de manera generosa, con tan sólo escuchar un vals.

La música forma parte indiscutible de nuestra historia. Nuestra vida tiene una banda sonora particular y muy personal, pero también está formada de muchas colectivas: las que nos identifican con nuestra patria,  con nuestros contemporáneos, con nuestros ancestros, con nuestros amigos o con aquéllas vacaciones que compartimos en familia. En fin, con la humanidad entera y hasta con el reino animal. Son tantas y tan variadas que la lista sería infinita. A veces las descubrimos de pronto, cuando una nota nos asalta la memoria e identificamos un momento concreto y especial que teníamos olvidado en aquél cajón donde archivamos nuestro pasado. O quizá estamos viviendo un momento memorable y de repente suena aquello que se convertirá instantáneamente en el anzuelo que lo rescate en el futuro. La música es magia.

Recuerdo el primer 15 de septiembre que pasé fuera de México. Se había organizado una fiesta, con música y bailes regionales típicos mexicanos en una discoteca de Barcelona. Todo era alegría. Hasta que, de pronto, salieron a bailar el jarabe tapatío. No sé cómo explicarlo, pero aquéllas notas, sonando tan lejos de casa, me sumieron en una tremenda nostalgia y se me llenaron los ojos de lágrimas (jamaicón total). De pronto estaba yo sin poderme controlar, sollozando ruidosamente y a moco tendido, mientras en el escenario brillaban los colores de las faldas de las bailarinas al ritmo del zapateado. Recordé mi casa en México y me vino a la mente un festival de mi infancia. Así zapateaba yo (con menos maestría, por supuesto) y así sonaba el acompañamiento. Me imagino que a muchos les habrá pasado algo similar. Esas notas desataron todo un mar de nostalgia. Aunque ahora que recuerdo, no todos estaban echando la lágrima. Entre ellos el futbolista Rafa Márquez, que estaba ahí también festejando en el exilio barcelonés, rodeado de muchos chicos a los que distraía con su presencia. Alguna chica incluso confesó que al momento de tomarse una foto con él, tuvo la inmensa y placentera fortuna de comprobar, con sus propios dedos, la firme consistencia de su trasero. Y nos lo vino a contar, feliz, con la prueba gráfica de semejante acontecimiento.

Es curioso, pero aquí en Barcelona he venido a descubrir, que los adultos, digamos contemporáneos, que eran niños aquí cuando yo también lo era en México, disfrutaron y rieron con Baloo: el oso dich-oso de la película El libro de la selva. Gozaron con sus canciones y aún ahora, cada que escuchan aquello de "busca lo más vital, no más, lo que es necesidad, no más, y olvídate de la preocupación..." ríen igualito que yo. Y pensar que la voz que acompaña tanto recuerdo alegre, no es otra que la maravillosa voz de nuestro querido Germán Valdés, Tin Tan.

Los niños de aquélla época también tenemos grabadas en la memoria algunas canciones que los niños de aquí cantaban. Por ejemplo las de Enrique y Ana (sí, ya podrán calcular mi edad), que era una pareja bastante ñoña, formada por una niña y un joven. Le cantaban a un tal amigo Félix, que iba de camino al cielo y le pedían de favor que cuando llegara, los llevara a jugar un ratito con el osito de la osa mayor. En México, fuera de contexto totalmente, yo me imaginaba que Félix ¡era el famoso gato de los dibujos animados! Y al vivir aquí, me voy enterando de que esa canción es un homenaje, un tanto cursi, a Félix Rodríguez de la Fuente, aquí muy famoso y especialmente querido por los locos bajitos (como dice Serrat), por sus maravillosos documentales sobre animales. Lo cierto es que si están en una fiesta con gente de aquí, al calor de las copas y cuando todo el mundo se ha soltado ya el pelo y la vergüenza ha desaparecido, sepan que pueden cantar a coro y desde el corazón de la infancia alguna canción de esas. Alguna, no más, que tampoco hay que abusar. Ya si se trata de ponerse a cantar a grito pelado, no hay nada mejor que darle rienda suelta al mariachi que todos llevamos dentro y cantar que seguimos siendo el rey. Ésa seguramente todo el mundo se la sabe. (Será por algo que luce, en pleno corazón de la ciudad antigua de Barcelona, una placa que hermana a la Plaza Real con nuestra querida Garibaldi). La otra es ponerse verdaderamente de rompe y rasga y arrancarse sin tapujos con Rata de dos patas, de Paquita la del barrio. Esa, de manera sorprendente, muchos se la saben y los que no, se la aprenden en ese momento con hartísimo placer.

En fin, que nada mejor que la música para alegrarnos las penas. Para viajar en un segundo a cualquier parte. Transportarnos a nuestra patria con un buen son jarocho; llevarnos de paseo por New Orleans con un blues de esos que erizan hasta los pelos más engominados; volar de ahí a Argentina con un buen tango; quedarse aquí disfrutando de una buena rumba catalana; darse una vuelta por Sevilla al compás de una saeta, o plantarnos en La Habana, sin mayor trámite que un son en la voz de Omara Portuondo. Para reír como lloraba Chavela. Para dar un hermoso paseo hacia nuestra infancia, buscar en el baúl de nuestros recuerdos que son tesoros y para imaginar que volamos hacia un paraíso. Para cantar nuestros amores y también nuestros desamores, lamentando el infame robo de nuestro mes de abril. Para todo eso y más está la música, siempre evocadora, solícita y oportuna. La que aparece en el momento justo y nos acaricia el alma cuando más lo necesitamos. Nada mejor para acompañar la vida que la música, ese  grandioso y mágico instrumento de infinito placer.

lunes, 20 de mayo de 2013

Con la tiza en la lengua


A raíz de vivir fuera de México me he dado cuenta de las cosas que son realmente nuestras, es decir, netamente mexicanas; las que se comparten con el resto de la humanidad y las que, en alguno de esos viajes transoceánicos, salieron de México para instalarse a sus anchas del otro lado del mar y no volver a poner nunca más las patitas en sus tierras de origen. Y viceversa. 

Le sucede a cosas concretas y tangibles. Pero también a la lengua. A lo largo de los años que llevo viviendo en Barcelona me he ido fabricando una especie de lista donde voy anotando las curiosidades con las que voy tropezando en el camino. He encontrado que aunque tenemos una lengua común, son muchas las ocasiones en las que debemos explicar lo que queremos decir, antes de que nuestro interlocutor entienda una cosa que no es. En los peores casos, si no nos damos prisa en aclarar el entuerto, corremos el riesgo de que el malentendido estalle y la cosa derive en un innecesario enfado de proporciones monumentales y termine con nuestro orgullo y – en casos verdaderamente extremos - nuestros dientes desparramados por el suelo. En los casos más amables, el enredo da lugar a una sanísima diversión, en la que la anécdota graciosa nos da para varios fines de semana de carcajadas e incluso para escribir un artículo como este. 

Con el paso del tiempo, aprendemos la nueva lengua. O deberíamos decir, su uso. Porque las palabras son las mismas, pero el significado no siempre lo es. Tampoco las cosas se llaman igual, ni las frases se estructuran de la misma manera. 

Los mexicanos somos extremadamente cariñosos, y es algo que no notamos hasta que interactuamos fuera de nuestro país. Utilizamos para todo los diminutivos, que no son otra cosa que una manera cariñosa de decir las cosas. Ojo, no significa –la mayoría de las veces- que a lo que le aplicamos el “ito” o “ita” sea pequeño o insignificante. A ver si se enteran los hombres catalanes: cuando decimos ¡ay, que cosita más bonita! no siempre estamos hablando de tamaño, que ya sabemos que sí importa. 

El uso del diminutivo es también una manera de decir por favor, sin decirlo. A veces inclusive, utilizamos el “por favorcito”, que tanta gracia hace por estas tierras. 

Pongamos un ejemplo: estamos en pareja en un restaurante y ordenamos algo del menú. El platillo acude, es abundante. Así que decidimos pedir un plato extra para compartirlo entre los dos. ¿Y qué es lo que hacemos? Pues pedimos: - ¿Me trae por favor “un platito” extra para compartir? En México, ese “platito” no es un platito chiquito, es un plato extra, de tamaño normal. Pues aquí no. Si tenemos suerte nos traerán un plato de postre, pero como especificamos el “ito”, lo más común es que nos traigan un plato pequeñito de los de café exprés. La cara que se nos queda es un poema. Y podemos seguir, porque si se nos cayó el tenedor, pedimos un tenedorcito, si fue la cuchara, una cucharita, etc. Mismas consecuencias: a la mesa llegará un tenedor para que coma con él un bebé y una cucharilla que hará juego con el platito de café. Ya entrados en gastos, pues podríamos ya de una vez pedir la tacita de café y la cuenta. Esa sí, si decimos cuentita, sería de agradecer que fuera pequeñita. Total, no hemos podido comer en condiciones. 

Sobre el tema de los enredos monumentales tengo también un ejemplo, que creo yo, salvará de la ruptura muchas relaciones entre compatriotas e ibéricos. Afortunadamente en mi caso, no tuvo tintes violentos, pero fue tal la cara que puso mi interlocutor al oírme decir aquello, que me apresuré a preguntar qué le había dicho y qué había entendido que le dije para tener esa cara tan descompuesta. El resultado me obliga a recomendar a mis compatriotas que si están por estas tierras ibéricas, no usen jamás, la palabra necio. A menos que lo que quieran hacer sea insultar severamente la inteligencia de su interlocutor. Aquí es una palabra muy fuerte cuyo significado nada tiene que ver con alguien terco como una mula. Utilicen por favor los términos terco, tozudo, o cabezota, que son lo más cercano a lo que para nosotros constituye una persona necia. Háganme caso, no sería divertido verles perder a su novia y en casos extremos, verles desembolsar una fortuna para que un dentista les recomponga la mandíbula. 

Los enredos divertidos pueden trasladarse también a la lengua catalana. Una amiga mía tenía un novio catalán que la invitó a pasar con su familia unos días en la montaña. Era invierno, así que hacía un frío tremendo. Mi amiga me contó que no llevaba suficiente ropa de abrigo y que por la noche, a la hora de dormir, sus pies se habían convertido en un par de cubos de hielo aunque aún era capaz de caminar. Así que salió al pasillo, se encontró con el padre de su novio y le pidió que si por favor le prestaba unas calcetas porque tenía mucho frío. Y se armó el lío. ¿Cómo era posible que la chica confesara que tenía frío en salva sea la parte y pidiera, sin rubor alguno, unos calzones más abrigadores? Pues sí, señoras y señores, calcetas en catalán no significa calcetines largos, sino por desgracia para mi amiga y para regocijo nuestro, unos vulgares chones. Y para colmo, ¡los pedía de caballero!

Siempre hay que tener cuidado con las palabras, y más si estamos en un sitio ajeno y por primera vez. Luego ya, con la lección aprendida, todo es diferente. Las cosas no se llaman igual, aunque de entrada lo parezca. Volvamos al restaurante, pero ahora en la sección de bar. En México tenemos variedades de cerveza que a grandes rasgos se clasifican en claras y oscuras. En Barcelona esa definición no sirve para que nos entiendan lo que queremos. Si lo que quieren es una cerveza clara, nunca la pidan así, pues a su mesa llegará una bebida que sabe a jabón, resultado de la mezcla de cerveza con refresco de limón. Hay que pedirla rubia, como la superior aquélla del anuncio. Luego puede ser que le agarren el gusto a la clara de aquí, tiene un sabor un tanto exótico, pero tiene una bondad: embrutece menos.  

Otra típica decepción es cuando en los días de calor, pides agua y te preguntan si la quieres fresca o natural. Lo normal es que la elijamos ¡fresca, fresca! Lo triste es que no llegará un agua de frutas como la que hacen nuestras madres o el frutero de la esquina, sino que vendrá una botella de anodina agua simple, eso sí, bien fría. Es de agradecer que esté así, con tanto calor, pero no deja de hundirnos un poquito en la miseria. Conclusión: agua natural, quiere decir al tiempo; fresca, quiere decir agua fría. Y si quieren beberla con popote, pidan una cañita, porque popote no lo van a entender pues su origen es náhuatl. Aunque eso sí, una cañita también es un vaso pequeño de cerveza de barril. Podrían pedir una pajita, pero se exponen que les gasten una broma, pues una pajita es también el diminutivo de aquello que hacen los hombres para darse amor en solitario. Casi mejor y para evitar riesgos: bébanse el agua directamente de la botella. 

Llegados a este punto, mejor hablamos de las palabras que sí se subieron al barco para no volver y dejaron abandonado y a su suerte a popote. Sobre ellas tengo un ejemplo muy interesante. Es la palabra que se utiliza para denominar a la pequeña barrita blanca y polvosa con la que la maestra escribe en la pizarra -para nosotros, pizarrón-, que aquí se llama tiza y su origen es el término náhuatl “tizatl”, que quiere decir  yeso. Tiza se subió al barco y en su lugar dejó en México, no a popote -claro está-, sino a la monosilábica palabra gis. Gis es una palabra que viene del latín “gypsum” que también significa yeso y cuyo sonido es parecido al vocablo en catalán que designa a los mismos polvitos blancos en barrita: “guix”. 

Así que de toda la vida, antes de que el rotulador y la pantalla con proyector los desplazaran, los niños ibéricos aprendían a leer, a escribir y a sumar y restar, leyendo lo que el maestro, tiza en mano, escribía en la pizarra. Unas lecciones que tomaban, sin saberlo, a través de un trocito de nuestra querida tierra. Mientras tanto nosotros, aprendimos con un gis que se deslizaba en el pizarrón y que, sin saberlo tampoco, nos enseñaba un poquito de latín y quizá también, una pizquita de catalán. 

jueves, 21 de febrero de 2013

El caballero catalán de la corona azteca


Publicada en la Revista Cultural de mexicanos en Barcelona.

Después de investigar un poco más a fondo (por la red, evidentemente, que no está la crisis como para viajes a los archivos históricos), he aquí la segunda entrega sobre la princesa Xipahuatzin y su descendencia.

En 1917, casi 400 años después de la muerte de la princesa María Xipahuatzin Moctezuma, nació Guillermo de Grau i Rifé, nada más y nada menos que su flamante descendiente, aunque no por mucho tiempo.

Guillermo se convirtió en un hombre muy ambicioso cuya mayor virtud era la de poseer una grandiosa imaginación. Desde siempre supo como manipular a los demás, ya sea para salvar el pellejo o para liberarse del aburrimiento en las tardes sosas y grises del invierno pirenaico. Ya desde pequeño inventaba historias, que a pesar de que eran unos cuentos increíbles y abundantes en mentiras, conseguía con maestría que todos los creyeran a pies juntillas y sin replicar. Las palabras le brotaban como agua de manantial, no tenía que esforzarse en absoluto, pues de su boca surgían con soltura y naturalidad. Tanta, que lograba incluso convencerse a sí mismo y actuaba con total confianza ante cualquier ocurrencia de su  artera mente.

Rascando entre sus antepasados remotos, se encontró con que por sus venas circulaba sangre del barón Juan de Grau procedente de Toloriu, aquél pueblito perdido en el pirineo catalán. Y ahí empezó todo.

Guillermo echó mano de su natural talento y consiguió tejerse una grandiosa historia, fabricó anécdotas que, como hilos multicolores, unía y tejía sin parar y en cualquier sitio. Pero llegó el momento, desgraciado para él, en que la urdimbre que había tejido cuidadosamente sobre su pasado se deshilachó sin remedio. La enorme tela -ya de dimensiones marineras- que lo arropó y le brindó riqueza durante años, tenía unos huecos tan enormes que ya era imposible volver a cerrar, ni siquiera con la ayuda de una buena aguja en sus manos habilidosas y expertas.

Guillermo de Grau i Rifé confesó en 1952, cuando fue detenido por la policía de Barcelona, que todo se lo había inventado y que no tenía ya la fuerza moral para continuar con el enredo. Le había tomado el pelo a muchos, había repartido títulos nobiliarios, marquesados, ducados, condecoraciones, diplomas y preciosas insignias con grecas y vírgenes de Guadalupe, concedidos todos, eso sí, previo suculento pago, pues no se es un descendiente de las noblezas azteca y catalana para vivir en la pobreza, no señor. Y también había  convencido al Decano de los Cronistas Reyes de Armas, Don José de Rújula y de Ochontorena, Marqués de Ciadoncha, quien expidió una certificación de blasones a su favor, que confirmaba que la documentación que tenía frente a sus narices era auténtica y demostraba, sin ninguna duda, que el señor Grau era un legítimo descendiente de la princesa María Xipahuatzin hija de Moctezuma y de su enamorado hasta las trancas, el barón Juan de Grau, de quien hasta un reputado sacerdote llegó a escribir algo parecido a que había sido un conquistador ejemplar, pues su única arma había sido el amor y no el uso indiscriminado y de mal gusto de los arcabuces.

Así pues, nuestro querido personaje se autoproclamó SMI (Su Majestad Imperial) y Real Príncipe Guillermo III de Grau-Moctezuma, descendiente legítimo del barón de Toloriu y de Moctezuma II por vía de su hija María. Bajo ese kilométrico título, organizaba pomposas cenas, en las que investía a quien pagase, pues también se inventó y era un muy digno representante de Los Caballeros de la Orden de la Corona Azteca de Francia. La placa que se conserva en la iglesia de Toloriu, fue colocada por esta orden, está en francés y en ella figura el nombre de Chevalier L. Vidal Pradal de Mir, que mucho se teme, no era otra persona sino el propio Grau utilizando hábil y convenientemente un seudónimo.

Los títulos que concedió no tienen desperdicio, como el que le otorgó en persona y en su propio despacho al destacado jurista José Castán Tobeñas, nombrado "Caballero del Gran Collar de la Soberana e Imperial Orden de la Corona Azteca" y al un poco menos elegante Ramón March, repostero de profesión, que fue nombrado "Pastelero de Honor de la Corona Azteca". Me pregunto si entre sus cualidades culinarias estaba la de preparar el pastel azteca, delicioso manjar hecho con tortillas de maíz. Tendría su mérito.

En 1960 el Ministerio de Justicia para recuperar su prestigio y la dignidad de los títulos nobiliarios y órdenes legalmente creadas, anuló la certificación que había concedido ingenuamente el -en ese momento ya enchilado y avergonzado- Marqués de Ciadoncha, que se desdijo de lo que había certificado, previa investigación histórica y de documentación, que demostró que no existía registro, de ningún tipo, del enlace matrimonial de María Xipahuatzin con Juan de Grau, documento que al parecer el propio Guillermo se había fabricado con gran astucia y sin duda, con una gran maestría en las artes de la falsificación.

Las tropelías de Guillermo de Grau, desposeído ya de sus títulos rimbombantes y kilométricos, siguieron a lo largo de los años, aunque cada vez eran de menor caché y peor calaña, sus trampas y enredos incluyen diversas estafas, algunas inclusive involucraron a la Generalitat de Catalunya, a la que se presume consiguió estafarle una cantidad importante de dinero.

Fue detenido alguna vez más en Barcelona precisamente por estafa. Al quedar libre siguió por ese camino de argucias y trampas pero su rastro se diluye hasta extraviarse para siempre. La policía continuó buscándolo infructuosamente sin llegar nunca más a echarle el guante. Se cree que en cuanto tuvo oportunidad, emprendió la graciosa huida a Andorra y que ahí vivió escondido, hasta que murió sin ninguna pompa, sin penacho ni glamour a finales de los años 90.

A nosotros su personaje nos dejó una divertida y entrañable historia. Seguimos sin saber cuánto de ella es una invención suya, desconocemos cuánto de ella es una leyenda que ha pasado de boca en boca por los habitantes y curiosos del pueblo de Toloriu a lo largo de los siglos y de generación en generación. Pero nos hace ilusión saber que cabe la posibilidad, aunque sea remota, de que nuestra querida princesa Xipahuatzin deambula de alguna manera todavía por ahí en el pirineo catalán, que disfruta y ríe a carcajadas cada vez que alguien busca su tesoro y no consigue encontrarlo. Hace ilusión pensar en que Juanito de Grau la conquistó efectivamente con su amor, que ella  vivió extrañando como nosotros la sabrosa vida de Tenochtitlán, pero que tal vez, el tesoro que se trajo consigo no era otra cosa sino un jugoso, rojo y curvilíneo jitomate. Nos hace tremenda ilusión pensar que quizá de no haber sido por ella, no estaríamos disfrutando hoy en día del famoso "pa amb tomàquet", tan catalán. 

lunes, 21 de enero de 2013

La lucha libre mexicana

Santo, El Enmascarado de Plata
La lucha libre mexicana es un espectáculo y un deporte que tiene el poder de reunir a personas de toda edad, sexo y condición social. Las arenas están repartidas por toda la república mexicana y son los templos a los que se acude a disfrutar y a adorar a los dioses y diosas del cuadrilátero. De manera sorprendente las personas que conforman este variopinto público se entremezclan y juntas no sólo gozan del espectáculo sino también contribuyen a hacerlo.  

El referee anuncia con bombo y platillo a los participantes de la pelea, que será a dos de tres caídas y sin límite de tiempo. Unas edecanes en "chiquini" acompañan a cada luchador que, a ritmo de su canción favorita y bajo una espesa nube de hielo seco, recorre la pasarela mostrando su poderosa musculatura. No falta quien además presuma de una belleza irresistible, pues sabemos de alguno que asegura ser 1000% guapo. La gente grita emocionada y el luchador ocupa su sitio en el cuadrilátero, no sin antes subirse a las cuerdas y mentarle la madre al personal si la rechifla en su contra es importante.

Anunciados todos y en el ring dispuestos, arranca el primer combate. Es entonces cuando se desatan todo tipo de pasiones, dirigidas hacia los luchadores, ya sean rudos o técnicos y también hacia la audiencia, pues cada bando tiene su propio club de admiradores. Mientras duran los combates el público grita emocionado, discute con los fans del contrincante y festeja sin tapujos y ruidosamente el triunfo de su luchador favorito. Nadie se corta un pelo a la hora de gritar barbaridades, tanto la señora que regenta un  puesto en el mercado, como la señorona de alto copete, a la que se puede ver gritando y silbando, despeinada y feliz cuando su luchador favorito consigue aplicarle a su enemigo "la quebradora" o "la urracarrana" y lo abandona rendido y exhausto besando la lona. Los niños y niñas también ríen y festejan y muchos portan orgullosos una copia en miniatura de la máscara de su héroe favorito. O heroína, porque también sube al ring el sector femenino. También sube el exótico, que es el formado por luchadores amanerados cuyas armas letales no son los golpes sino los besos. Unos sugerentes y delicados besos que plantan en los morros de los más rudos y muy machos luchadores, quienes se quedan pasmados ante semejante atentado a su masculinidad, mientras en el ambiente resuenan las carcajadas del respetable público.

La lucha libre mexicana es un espectáculo y un deporte popular que cualquiera que visita México no debería perderse. Se combinan las acrobacias con los peligrosos saltos fuera del cuadrilátero (para gozo y susto del público de la primera fila), las llaves y contrallaves, las maniobras aéreas, el uso de las cuerdas para impulsarse y chocar contra el otro e incluso, y para sorpresa de todos, para literalmente volar y aterrizar encima del contrincante. A veces la técnica se transforma en rudeza y vuelan, además de los golpes, las sillas más cercanas, de ahí el término "rudo". Los rudos, obviamente, son multados por ello, pero el sillazo en la cabeza del pobre luchador técnico ya dejó un visible chichón y ayudó a caldear el ambiente.

La mayoría de los luchadores tiene el rostro cubierto por una máscara y sus nombres de batalla y los diseños de  toda su indumentaria son bastante ingeniosos. Un luchador enmascarado jamás debe mostrar al público su verdadero rostro y por eso las luchas más emocionantes son aquellas en las que se juega máscara contra cabellera. Si el luchador enmascarado pierde el combate, se ve en la penosa obligación de dejar que el otro le arranque la máscara, la dignidad y el secreto bien guardado de su verdadera identidad. Ese luchador pierde su máscara y tendrá que luchar de ahí en adelante a cara descubierta. Si el que pierde es el de la cabellera, tendrá que dejar que su rival le corte su tan preciada melena frente a un público ávido de verle trasquilado, humillado y debilitado como a un traicionado Sansón del cuadrilátero.

Los más famosos luchadores en la historia de la lucha libre mexicana han sido Blue Demon y Santo "El enmascarado de plata", quien protagonizó 52 películas entre los años 60 y 80 convirtiéndose en una leyenda conocida a nivel mundial. Santo jamás perdió su máscara plateada y de ahí se creó el mito de que nunca y bajo ninguna circunstancia se la quitaba. Blue Demon y Santo fueron eternos rivales, aunque nunca pelearon máscara contra máscara. Protagonizaron juntos diez películas, y son dos de los iconos más conocidos de la cultura popular mexicana. Otros famosos luchadores de aquella época son Mil Máscaras, El Rayo de Jalisco, el Huracán Ramírez y Tinieblas, quien tuvo, al igual que Santo, una serie de comics basados en su personaje.

Cuando un luchador ha tenido una fama considerable existe la tradición de que su hijo porte el mismo nombre al que se le agrega "hijo de" o bien junior. En la actualidad están en activo algunos de ellos, como el Hijo del Santo, Blue Demon Jr, el Hijo del Perro Aguayo y Tinieblas Jr., entre muchos otros.

La AWC (Asociación de Wrestling Catalana), prevé traer a Barcelona a grandes estrellas profesionales de la Lucha Libre Mexicana dentro de unos meses. Se tenía previsto un gran evento para el próximo 9 de marzo, pero lamentablemente ha tenido que cancelarse hasta nuevo aviso. Esperamos con gran emoción pronto tenerlos por aquí dejando su huella imborrable por estas tierras. Ojalá.





Una foto histórica. Las leyendas de la Lucha Libre mexicana.
Anibal, Villano I, Perro Aguayo, Lizmark, Villano III, Mil Máscaras, Sangre Chicana, Dos Caras, Brazo de Oro, Masakre, El Brazo, MS1, Tinieblas, Huracán Ramírez, Canek, Enrique Vera, El Brazo, Ray Mendoza (referie), Edgar Valero, Ángel Azteca, Negro Navarro, Brazo de Plata, El Signo, Hijo del Santo, Fishman, Texano, Satánico y Dr. Gustavo Zabaleta, en el Toreo Cuatro Caminos, por ahí de 1984 o 1985.





jueves, 5 de enero de 2012

Estrenando espacio con la princesa Xipahuatzin


Publicada en la Revista Cultural de mexicanos en Barcelona.

Mi amiga Martha, encontró un artículo sobre una princesa azteca en el pirineo catalán,  le pareció una historia que me gustaría mucho y me la regaló para estrenar el 2012. Y la verdad es que después de ahondar en ella por muchos sitios, he concluido que Martha me ha hecho un gran regalo y esa historia resultó ser muy interesante de contar. He pasado una tarde fabulosa rascando sobre ella y sentí el impulso de venir a contarla. La princesa en cuestión es descendiente de Moctezuma, quien la llamó Xipahuatzin, y según numerosas fuentes, abandonó su querida tierra junto a sus dos hermanos, cumpliendo los deseos de Moctezuma quien pidió a Cortés que se los llevara a España para salvarlos de la muerte. 
Cuenta la leyenda que un tal barón Joan de Grau, procedente de Toloriu, que es un pequeño pueblo perdido en los Pirineos, en el Alto Urgel, se embarcó con Hernán Cortés hacia el Nuevo Mundo, y fue el encargado de atender, o quizá vigilar, a los hijos de Moctezuma en su partida a España. El barón Joan Grau, se tomó muy a pecho la encomienda, tan a pecho que el corazón le dio un vuelco cuando conoció a la princesa Xipahuatzin y quedó totalmente prendado de ella. Incapaz de pronunciar su nombre o siquiera de intentarlo, Joan la llamó María, y quizá otras muchas cosas más, pero de ello no tenemos constancia. Como tampoco se sabe si se casó con ella o sólo se "arrejuntó". El caso es que la princesa María heredera de Moctezuma, acabó viviendo con Joan Grau en aquel pueblo perdido, se dice que más bien malvivió, pues estando acostumbrada a la vida "sabrosa" de Tenochtitlan, como bien apunta en un artículo Jordi Soler,  hallarse con todos sus huesos en el frío, friísimo pueblo de piedra medieval y lejos de su querida tierra, era algo que probablemente la mantendría sumida en una nostálgica tristeza. La princesa tuvo un hijo, quien portaba el ostentoso nombre de Juan Pedro de Grau y Moctezuma, barón de Toloriu y emperador legítimo de México, dando comienzo a una serie de enredos que perduran hasta nuestros días. La historia se pone más interesante, sobre todo para los grandes buscadores de mitos y tesoros, pues se cuenta que la princesa Xipahuatzin, llamada Chipaguazin por los actuales pobladores de Toloriu, traía consigo parte del tesoro de su padre y que tuvo a bien esconderlo antes de morir en 1537. Obviamente no se sabe dónde escondió tan preciado botín pero se dice que quizá lo haya hecho en una casa de campo cerca del antiguo camino del Querforadat, propiedad del barón, y hay quienes estipulan que en la parroquia de Toloriu.
Mucha gente se ha dedicado a lo largo de los años a buscar ese tesoro, una tarea que ha sido bastante infructuosa, por cierto. Unos alemanes antes de la guerra civil se armaron de picos y palas y compraron en 1934 tierras situadas entre aquélla casa de campo y el Querforadat, pero no encontraron nada.
En 1936, por desgracia, la tumba de la princesa fue destruida y saqueada y de ella no queda nada. Tenía una inscripción en la lápida que decía "Aquí yace la princesa María de Moctezuma Miaguachuchil hija del emperador Diego I Moctezuma de México, mujer del honorable Juan Grau, que Dios perdone. A los diez días andados de enero de mil quinientos treinta y siete". En la parroquia de Toloriu se conserva esta otra placa en francés, dedicada a su memoria y colocada en 1956.



Por tanto, tenemos ante nuestros ojos un precioso mito, una princesa azteca catalana, que no volvió nunca a su añorada tierra, que murió dejando oculto un gran tesoro en el pirineo catalán y dejó a un hijo, un legítimo heredero de Moctezuma. Es un mito que hasta nuestros días sigue teniendo vigencia, pues la tentación de buscar ese botín siempre encontrará buen puerto en alguna persona ávida de aventuras con tesoros por descubrir. Y nos queda  además la otra historia, bien tejida por el supuesto heredero, que incluye estafas, venta de títulos nobiliarios y una graciosa huida a Andorra, pero eso ya será parte de otro artículo.