jueves, 21 de febrero de 2013

El caballero catalán de la corona azteca


Publicada en la Revista Cultural de mexicanos en Barcelona.

Después de investigar un poco más a fondo (por la red, evidentemente, que no está la crisis como para viajes a los archivos históricos), he aquí la segunda entrega sobre la princesa Xipahuatzin y su descendencia.

En 1917, casi 400 años después de la muerte de la princesa María Xipahuatzin Moctezuma, nació Guillermo de Grau i Rifé, nada más y nada menos que su flamante descendiente, aunque no por mucho tiempo.

Guillermo se convirtió en un hombre muy ambicioso cuya mayor virtud era la de poseer una grandiosa imaginación. Desde siempre supo como manipular a los demás, ya sea para salvar el pellejo o para liberarse del aburrimiento en las tardes sosas y grises del invierno pirenaico. Ya desde pequeño inventaba historias, que a pesar de que eran unos cuentos increíbles y abundantes en mentiras, conseguía con maestría que todos los creyeran a pies juntillas y sin replicar. Las palabras le brotaban como agua de manantial, no tenía que esforzarse en absoluto, pues de su boca surgían con soltura y naturalidad. Tanta, que lograba incluso convencerse a sí mismo y actuaba con total confianza ante cualquier ocurrencia de su  artera mente.

Rascando entre sus antepasados remotos, se encontró con que por sus venas circulaba sangre del barón Juan de Grau procedente de Toloriu, aquél pueblito perdido en el pirineo catalán. Y ahí empezó todo.

Guillermo echó mano de su natural talento y consiguió tejerse una grandiosa historia, fabricó anécdotas que, como hilos multicolores, unía y tejía sin parar y en cualquier sitio. Pero llegó el momento, desgraciado para él, en que la urdimbre que había tejido cuidadosamente sobre su pasado se deshilachó sin remedio. La enorme tela -ya de dimensiones marineras- que lo arropó y le brindó riqueza durante años, tenía unos huecos tan enormes que ya era imposible volver a cerrar, ni siquiera con la ayuda de una buena aguja en sus manos habilidosas y expertas.

Guillermo de Grau i Rifé confesó en 1952, cuando fue detenido por la policía de Barcelona, que todo se lo había inventado y que no tenía ya la fuerza moral para continuar con el enredo. Le había tomado el pelo a muchos, había repartido títulos nobiliarios, marquesados, ducados, condecoraciones, diplomas y preciosas insignias con grecas y vírgenes de Guadalupe, concedidos todos, eso sí, previo suculento pago, pues no se es un descendiente de las noblezas azteca y catalana para vivir en la pobreza, no señor. Y también había  convencido al Decano de los Cronistas Reyes de Armas, Don José de Rújula y de Ochontorena, Marqués de Ciadoncha, quien expidió una certificación de blasones a su favor, que confirmaba que la documentación que tenía frente a sus narices era auténtica y demostraba, sin ninguna duda, que el señor Grau era un legítimo descendiente de la princesa María Xipahuatzin hija de Moctezuma y de su enamorado hasta las trancas, el barón Juan de Grau, de quien hasta un reputado sacerdote llegó a escribir algo parecido a que había sido un conquistador ejemplar, pues su única arma había sido el amor y no el uso indiscriminado y de mal gusto de los arcabuces.

Así pues, nuestro querido personaje se autoproclamó SMI (Su Majestad Imperial) y Real Príncipe Guillermo III de Grau-Moctezuma, descendiente legítimo del barón de Toloriu y de Moctezuma II por vía de su hija María. Bajo ese kilométrico título, organizaba pomposas cenas, en las que investía a quien pagase, pues también se inventó y era un muy digno representante de Los Caballeros de la Orden de la Corona Azteca de Francia. La placa que se conserva en la iglesia de Toloriu, fue colocada por esta orden, está en francés y en ella figura el nombre de Chevalier L. Vidal Pradal de Mir, que mucho se teme, no era otra persona sino el propio Grau utilizando hábil y convenientemente un seudónimo.

Los títulos que concedió no tienen desperdicio, como el que le otorgó en persona y en su propio despacho al destacado jurista José Castán Tobeñas, nombrado "Caballero del Gran Collar de la Soberana e Imperial Orden de la Corona Azteca" y al un poco menos elegante Ramón March, repostero de profesión, que fue nombrado "Pastelero de Honor de la Corona Azteca". Me pregunto si entre sus cualidades culinarias estaba la de preparar el pastel azteca, delicioso manjar hecho con tortillas de maíz. Tendría su mérito.

En 1960 el Ministerio de Justicia para recuperar su prestigio y la dignidad de los títulos nobiliarios y órdenes legalmente creadas, anuló la certificación que había concedido ingenuamente el -en ese momento ya enchilado y avergonzado- Marqués de Ciadoncha, que se desdijo de lo que había certificado, previa investigación histórica y de documentación, que demostró que no existía registro, de ningún tipo, del enlace matrimonial de María Xipahuatzin con Juan de Grau, documento que al parecer el propio Guillermo se había fabricado con gran astucia y sin duda, con una gran maestría en las artes de la falsificación.

Las tropelías de Guillermo de Grau, desposeído ya de sus títulos rimbombantes y kilométricos, siguieron a lo largo de los años, aunque cada vez eran de menor caché y peor calaña, sus trampas y enredos incluyen diversas estafas, algunas inclusive involucraron a la Generalitat de Catalunya, a la que se presume consiguió estafarle una cantidad importante de dinero.

Fue detenido alguna vez más en Barcelona precisamente por estafa. Al quedar libre siguió por ese camino de argucias y trampas pero su rastro se diluye hasta extraviarse para siempre. La policía continuó buscándolo infructuosamente sin llegar nunca más a echarle el guante. Se cree que en cuanto tuvo oportunidad, emprendió la graciosa huida a Andorra y que ahí vivió escondido, hasta que murió sin ninguna pompa, sin penacho ni glamour a finales de los años 90.

A nosotros su personaje nos dejó una divertida y entrañable historia. Seguimos sin saber cuánto de ella es una invención suya, desconocemos cuánto de ella es una leyenda que ha pasado de boca en boca por los habitantes y curiosos del pueblo de Toloriu a lo largo de los siglos y de generación en generación. Pero nos hace ilusión saber que cabe la posibilidad, aunque sea remota, de que nuestra querida princesa Xipahuatzin deambula de alguna manera todavía por ahí en el pirineo catalán, que disfruta y ríe a carcajadas cada vez que alguien busca su tesoro y no consigue encontrarlo. Hace ilusión pensar en que Juanito de Grau la conquistó efectivamente con su amor, que ella  vivió extrañando como nosotros la sabrosa vida de Tenochtitlán, pero que tal vez, el tesoro que se trajo consigo no era otra cosa sino un jugoso, rojo y curvilíneo jitomate. Nos hace tremenda ilusión pensar que quizá de no haber sido por ella, no estaríamos disfrutando hoy en día del famoso "pa amb tomàquet", tan catalán.